La despedida de «Sin tetas no hay paraíso» hasta la próxima temporada -que arrancará en septiembre con una macrofiesta en el Palacio de los Deportes de Madrid- significó también el adiós de Miguel Ángel Silvestre. Digamos al menos un «hasta luego», visto que el impacto de El Duque, su personaje en la exitosa serie, había traspasado todos los límites conocidos hasta la fecha. Portadas clónicas que abarrotaban los kioscos, entrevistas inventadas que él juraba no haber concedido, noticias falsas sobre un supuesto contrato con Armani, fotos robadas de situaciones tan poco noticiables como tirar la basura... Excepto la cotidianeidad de vivir con un «paparazzi» pegado a la espalda nada de esto era cierto, por lo que Miguel Ángel decidió poner un verano de por medio y desaparecer hasta nuevo aviso. Antes de que eso ocurriera, charlamos con él escondidos casi en un rincón de un céntrico hotel madrileño:
-Casi diez años trabajando duro por lograr un hueco en este mundo hasta que, de repente, el éxito llega a lo bestia... ¿Cómo se vive eso?
-Aunque no lo creas, en el fondo siento que es algo maravilloso. Todo esto que me está pasando es muy bonito, aunque reconozco que sí, que ha venido muy de sopetón.
-Acláreselo de una vez a las «fans»: El Duque es sólo ficción, mientras que Miguel Ángel Silvestre es un actor metido a gángster catódico por exigencias del guión.
-La verdad es que tengo poco que ver con él. Es un tipo al que el destino le ha castigado mucho, al que han obligado a vivir demasiado deprisa. Y yo no me puedo quejar de nada de eso: tengo una vida feliz, unos padres increíbles y mucha gente que me quiere.
-¿Mucha? No nos cabe duda: aproximadamente el 99 por ciento de las mujeres de este país, sin exagerar...
-Ja, ja, ja. No será para tanto. Además, si lo piensas bien, en el fondo es una manera de sentirse más arropado. A veces me digo: «Al menos sé que, si un día me desmayo por la calle, alguna de las ?fans? se encargará de que no llegue ni a rozar el suelo».
-¿No es algo que puede llegar a incomodar?
-El cariño de la gente nunca incomoda, menos cuando llevas tantos años trabajando para que se reconozca tu trabajo. Molesta más el acoso de los «paparazzi» y de cierto tipo de prensa. Porque sinceramente, no sé qué les puede interesar de mi vida privada. Entre otras razones, porque últimamente no tengo mucha: de casa al trabajo y del trabajo a casa.
-Su papel de boxeador en «La distancia», por el que ganó un premio en el festival de Toulouse, recibió el aplauso de la crítica especializada. ¿Da más subidón eso que una audiencia millonaria en televisión?
-Es distinto. En la época que vivimos no podemos olvidarnos del poder de la televisión, fíjate en Estados Unidos con las series, y tampoco de que nos da trabajo y reconocimiento a un montón de actores. Pero es lógico que el aplauso por una película así, cuyo rodaje fue tan duro, te provoque cierto hormigueo difícil de superar.
-¿Tan complicado fue meterse en la piel de un boxeador? ¿Más que en la de un gángster como el Duque?
-Sólo te diré que me noquearon siete veces, y el primer día, después de un KO, salí corriendo, me encerré en un baño y me eché a llorar. Cuando paré, comprendí que, si no había aprendido a aceptar el dolor, al menos ya podía comprenderlo.
-Pronto veremos en la gran pantalla «L?imbroglio nel lenzulo» (algo así como «Lío entre las sábanas»), en la que le ha dirigido Alfonso Arau. Suena a salto internacional...
-La rodamos en Italia, está ya en fase de post producción y espero que sea un éxito, claro. Trata sobre la llegada del cine a la zona de Nápoles, allá por 1905, y las sábanas a las que se refiere son las que servían para proyectar las imágenes. Lo mejor de todo es que en ella he trabajado con gente increíble, como Geraldine Chaplin, Anne Parillaud y María Grazia Cucinotta.
-¿La Cucinotta? No está nada mal...
-Ja, ja, ja. Totalmente de acuerdo. Imagina la cara que se te pone cuando tienes a alguien como ella al lado. Aunque me pasó algo parecido cuando rodé «Reflections», con Timothy Hutton. ¡Un tipo con tantos premios en su casa!
-Fue su primera incursión en el cine americano, pero sus seguidores se preguntarán: ¿para cuándo la siguiente?
-Hombre, el salto a Hollywood siempre es algo que ronda en la cabeza de un actor, sobre todo después de ver lo bien que les va a Penélope, Javier Bardem y Antonio Banderas. De momento prefiero ir poco a poco, perfeccionando el inglés y tal, aunque nunca se sabe...
-Hablando de Bardem... Ya hay quien le compara con él a su edad.
-Uf, eso son palabras mayores. Javier Bardem es un monstruo de la interpretación, así que un piropo así me deja alucinado. En fin, a la Prensa siempre le gusta buscar parecidos entre actores.
-Hace tres años reconocía en estas mismas páginas que «todavía soy un niñato, aunque algo he madurado». Ahora, cumplidos los veintiséis, ¿la cosa ha cambiado?
-Supongo que las experiencias acumuladas te hacen madurar sin que te des cuenta, pero en el fondo sigo teniendo mucho de niño, sobre todo porque necesito tener a mis padres cerca.
-Últimamente habla poco más allá de todo lo que rodea a El Duque. Será por eso que todavía hay quien cree que su voz es así de ronca de nacimiento.
-Tengo el tono grave, pero no tanto, ja, ja, ja. Lo de la voz fue una aportación que se me ocurrió para el personaje, porque le acercaba más a los grandes gángsters del cine. Cuando aceptaron la idea comencé a entrenar con un logopeda, y gracias a él he logrado el efecto buscado sin destrozarme por ello la garganta.
-Eso ya lo hacen las «fans» cada vez que le ven salir a la calle y se ponen a gritar como locas...
-Ja, ja, ja, pues debería decirles que tengan cuidado.
vía la razón
-Casi diez años trabajando duro por lograr un hueco en este mundo hasta que, de repente, el éxito llega a lo bestia... ¿Cómo se vive eso?
-Aunque no lo creas, en el fondo siento que es algo maravilloso. Todo esto que me está pasando es muy bonito, aunque reconozco que sí, que ha venido muy de sopetón.
-Acláreselo de una vez a las «fans»: El Duque es sólo ficción, mientras que Miguel Ángel Silvestre es un actor metido a gángster catódico por exigencias del guión.
-La verdad es que tengo poco que ver con él. Es un tipo al que el destino le ha castigado mucho, al que han obligado a vivir demasiado deprisa. Y yo no me puedo quejar de nada de eso: tengo una vida feliz, unos padres increíbles y mucha gente que me quiere.
-¿Mucha? No nos cabe duda: aproximadamente el 99 por ciento de las mujeres de este país, sin exagerar...
-Ja, ja, ja. No será para tanto. Además, si lo piensas bien, en el fondo es una manera de sentirse más arropado. A veces me digo: «Al menos sé que, si un día me desmayo por la calle, alguna de las ?fans? se encargará de que no llegue ni a rozar el suelo».
-¿No es algo que puede llegar a incomodar?
-El cariño de la gente nunca incomoda, menos cuando llevas tantos años trabajando para que se reconozca tu trabajo. Molesta más el acoso de los «paparazzi» y de cierto tipo de prensa. Porque sinceramente, no sé qué les puede interesar de mi vida privada. Entre otras razones, porque últimamente no tengo mucha: de casa al trabajo y del trabajo a casa.
-Su papel de boxeador en «La distancia», por el que ganó un premio en el festival de Toulouse, recibió el aplauso de la crítica especializada. ¿Da más subidón eso que una audiencia millonaria en televisión?
-Es distinto. En la época que vivimos no podemos olvidarnos del poder de la televisión, fíjate en Estados Unidos con las series, y tampoco de que nos da trabajo y reconocimiento a un montón de actores. Pero es lógico que el aplauso por una película así, cuyo rodaje fue tan duro, te provoque cierto hormigueo difícil de superar.
-¿Tan complicado fue meterse en la piel de un boxeador? ¿Más que en la de un gángster como el Duque?
-Sólo te diré que me noquearon siete veces, y el primer día, después de un KO, salí corriendo, me encerré en un baño y me eché a llorar. Cuando paré, comprendí que, si no había aprendido a aceptar el dolor, al menos ya podía comprenderlo.
-Pronto veremos en la gran pantalla «L?imbroglio nel lenzulo» (algo así como «Lío entre las sábanas»), en la que le ha dirigido Alfonso Arau. Suena a salto internacional...
-La rodamos en Italia, está ya en fase de post producción y espero que sea un éxito, claro. Trata sobre la llegada del cine a la zona de Nápoles, allá por 1905, y las sábanas a las que se refiere son las que servían para proyectar las imágenes. Lo mejor de todo es que en ella he trabajado con gente increíble, como Geraldine Chaplin, Anne Parillaud y María Grazia Cucinotta.
-¿La Cucinotta? No está nada mal...
-Ja, ja, ja. Totalmente de acuerdo. Imagina la cara que se te pone cuando tienes a alguien como ella al lado. Aunque me pasó algo parecido cuando rodé «Reflections», con Timothy Hutton. ¡Un tipo con tantos premios en su casa!
-Fue su primera incursión en el cine americano, pero sus seguidores se preguntarán: ¿para cuándo la siguiente?
-Hombre, el salto a Hollywood siempre es algo que ronda en la cabeza de un actor, sobre todo después de ver lo bien que les va a Penélope, Javier Bardem y Antonio Banderas. De momento prefiero ir poco a poco, perfeccionando el inglés y tal, aunque nunca se sabe...
-Hablando de Bardem... Ya hay quien le compara con él a su edad.
-Uf, eso son palabras mayores. Javier Bardem es un monstruo de la interpretación, así que un piropo así me deja alucinado. En fin, a la Prensa siempre le gusta buscar parecidos entre actores.
-Hace tres años reconocía en estas mismas páginas que «todavía soy un niñato, aunque algo he madurado». Ahora, cumplidos los veintiséis, ¿la cosa ha cambiado?
-Supongo que las experiencias acumuladas te hacen madurar sin que te des cuenta, pero en el fondo sigo teniendo mucho de niño, sobre todo porque necesito tener a mis padres cerca.
-Últimamente habla poco más allá de todo lo que rodea a El Duque. Será por eso que todavía hay quien cree que su voz es así de ronca de nacimiento.
-Tengo el tono grave, pero no tanto, ja, ja, ja. Lo de la voz fue una aportación que se me ocurrió para el personaje, porque le acercaba más a los grandes gángsters del cine. Cuando aceptaron la idea comencé a entrenar con un logopeda, y gracias a él he logrado el efecto buscado sin destrozarme por ello la garganta.
-Eso ya lo hacen las «fans» cada vez que le ven salir a la calle y se ponen a gritar como locas...
-Ja, ja, ja, pues debería decirles que tengan cuidado.
vía la razón
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